domingo, 2 de septiembre de 2012

La llave

Viniste y me diste la llave. La habías encontrado después de tanto tiempo.
Y me quedé pensando que, aunque amé ese lugar, y fui feliz allí, me daba miedo volver.
Porque me aterraba entrar y encontrar polvo y telarañas. No quería ver que se había convertido en un sitio lúgubre, oscuro.

Por otra parte, pensaba que si realmente fuera eso lo que había ahora, podría subir las persianas, dejando así entrar la luz y limpiar todo lo que el tiempo había ido dejando allí. Podría hacer que la humedad que seguramente se habría producido por el abandono, desapareciera. Y pintar las paredes, y volver a dejarlo bonito.
Pero aún así, a pesar de saber que podría volver a estar bien, entendía que nunca sería lo mismo que cuando entramos la primera vez.
Porque a lo mejor el color de las paredes cambiaba, o el olor a humedad no se iba del todo.
Y aquí sigo, con la llave en la mano. Estoy frente a la puerta y sé que soy yo quien decide. Pero no puedo evitarlo, me da miedo abrir.
Por eso, prefiero guardar la llave. Tenerla muy cerca mío, no correr el riesgo de que se vuelva a perder.
Y ahora me toca decidir: o abro o la devuelvo, dejando así claro que ese lugar ya no es para mí.

 

1 comentario:

  1. Hay veces en el que el sinónimo de llaves es decisiones.
    Muy lindo lo que escribiste, y la forma en que está escrito.

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